domingo, 14 de febrero de 2010

Fábula del tiempo


Las ruinas ejercen sobre nosotros una atracción singular. Bien lo supieron ver los románticos, que levantaron en torno a ellas una compleja simbología moral que todavía hoy perdura. Lo ruinoso, lo decadente, lo que fue y ya no es, conforman toda una estética de culto por lo viejo que se suele asociar a lo misterioso. Existieron civilizaciones esplendorosas que sólo conocemos por sus ruinas. Y nuestros ojos se han acostumbrado a que sea así. ¿Cómo sería la Venus de Milo completa? ¿Y la Dama de Elche en colores? ¿Podemos imaginar unas pirámides lisas y geométricamente perfectas? ¿Cómo le quedaría la nariz a la Esfinge? ¿Nos gustarían más el Coliseo y el Foro si estuvieran recién construidos?



El poeta, anticuario y arqueólogo sevillano del siglo XVII Rodrigo Caro vio así los estragos del tiempo en su Canción a las ruinas de Itálica:

Este despedazado anfiteatro,
impio honor de los dioses, cuya afrenta
renueva el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo!, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.

Y bastantes años antes, en el siglo XV, Jorge Manrique se preguntaba, en unos versos cargados de nostalgia y vida, por la corte de Juan II, con sus bailes, sus lujos palaciegos, sus músicas y sus amores que imaginaban eternos:

¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
d'amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
que traían?


La ciudad que habitaron nuestros padres no es ya nuestra ciudad, aunque está en ella. Si alzamos la vista mientras paseamos, podemos encontrar restos de lo que fue. Las ciudades están siempre en transición, se transforman con el ritmo de las generaciones y guardan, quizá como advertencia para sus futuros habitantes, símbolos de lo que fueron. Los hay en cada esquina: edificios que fueron singulares, antiguos carteles publicitarios de productos que ya no existen, rejas que cierran algún misterioso balcón, una tienda antigua de eso que entonces se llamaba ultramarinos, puertas astilladas, bisagras y remaches. Me gusta que las ciudades tengan memoria y los conserven, aunque me temo que el mejor de sus destinos sean los hermosos libros de fotografías en blanco y negro.


Hace unos meses tomé la fotografía de abajo en el viejo Estadio de la Victoria, ya demolido. Fue el escenario de algunas de las ilusiones (y desilusiones) dominicales de mi padre, que disfrutó con su equipo en Primera División. La foto de arriba siempre la conservó como un tesoro. También fue el escenario de muchos domingos de mi infancia. Fueron tiempos menos míticos, pero todavía resuenan de vez en cuando en mis oídos nombres de jugadores de la época, asociados a su imagen en las caricaturas de Vica: Monterde, Machado, Zubitur, los hermanos Huertas, Morera, Lacalle. Tiempos de irse pronto al estadio para no quedarte sin la Hoja Deportiva. En la foto aún se ven los restos del marcador simultáneo y de una de las porterías. ¡Cuántas gargantas gritaron al unísono en aquellas tardes!


Las ciudades cambian como nosotros cambiamos. Creemos que lo más sólido, las calles y las plazas, siempre ha estado ahí y ahí seguirá, pero no es así. Nuestros abuelos, de niños, jugaron en plazas que ya no existen y los hijos de nuestros nietos se besarán en otras que ahora no podemos ni imaginar. Me he acordado muchas veces de un anuncio que veía de niño a la entrada del pueblo. Anunciaba algo que para mí era todo un misterio: Nitrato de Chile. Nunca lo entendí, pero era el símbolo más claro de que estaba de vuelta en casa tras un largo viaje. Luego he sabido que eran muchos los pueblos que tenían anuncios como ése.


¿Cuántos años separan los números de teléfono de este cartel gaditano de los de nuestros móviles actuales? Quizá no tantos como creemos, aunque sus tiempos sean tan distintos.


El tiempo que todo lo arrasa, según dicen. Quizá también muchos sentimientos. En el siglo XV Manrique se preguntaba por el destino de los fuegos encendidos de amadores. En 1960 Carole King y Gerry Goffin compusieron Will You Still Love Me Tomorrow?, una de esas canciones que te hacen sentir nostalgia de un tiempo que no has vivido.


El amante se pregunta, temeroso, por la duración del amor: ¿será un tesoro duradero o el placer de un instante? ¿Me amarás todavía mañana? Abajo te dejo la letra y la versión en directo de The Shirelles, uno de los mejores grupos de chicas de la época.

Tonight you're mine completely
You give your love so sweetly
Tonight the light of love is in your eyes
But will you love me tomorrow?

Is this a lasting treasure
Or just a moment's pleasure?
Can I believe the magic of your sighs?
Will you still love me tomorrow?

Tonight with words unspoken
You say that I'm the only one,
But will my heart be broken
When the night meets the morning sun?

I'd like to know that your love
Is love I can be sure of
So tell me now and I won't ask again.
Will you still love me tomorrow?




En español podría quedar, más o menos, así:

Esta noche eres totalmente mía.
Das tu amor tan dulcemente...
Esta noche el amor ilumina tus ojos,
pero, ¿me querrás igual mañana?

¿Es esto un tesoro duradero
o sólo el placer de un instante?
¿Puedo fiarme de la magia de tus suspiros?
¿Me querrás todavía mañana?

Esta noche, con palabras calladas,
me dices que soy el único,
pero ¿me destrozarás el corazón
cuando la noche encuentre la luz del amanecer?

Me gustaría creer que tu amor
es un amor en el que confiar.
Así que dímelo ahora y no preguntaré más:
¿me querrás todavía mañana?


Vídeo | Will You Still Love Me Tomorrow? (The Shirelles)
Pintura | The Chapel, de John William Inchbold

2 comentarios:

  1. El vértigo del tiempo que, queramos o no,a todos nos mueve en algún momento de nuestras vidas.Todos hemos fabulado, como tú muy bien dices,con un tiempo o un lugar por donde otros pasaron o vivieron, incluso nosotros mismos ya estuvimos allí pero ya no es igual.

    Reconozco todos y cada uno de los lugares, especialmente el antiguo Estadio de la Victoria, donde mi padre también iba cada domingo esperando que su equipo ganara jugando bien.

    En cuanto a la canción, qué decir, es una de mis favoritas de siempre.

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  2. El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, que canta Pablo Milanés... Me tocas un tema delicado ahora que tengo 40 años (¿no va de eso la crisis de los 40?). En cualquier caso, me gusta ver la Esfinge sin naríz y las ruinas de los antiguos monumentos y mas aún descubrir entre los edificios modernos alguno de otra época.

    Feliz encuentro, también me añado como seguidor tuyo.

    Un abrazo

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